Las
lluvias de la semana previa al Trail Turdetania nos hacían presagiar una
carrera dura, más si cabe, cuando los pronósticos avisaban de una alerta
naranja por lluvias para el domingo. Y que el director de la carrera nos diga
antes de comenzar que han sopesado suspender la prueba, que nos vamos a
encontrar muchísimo barro y que es posible que algún tramo del trail pueda ser
cambiado por la seguridad de los participantes, ya nos hizo entrar en
tensión y tener la mosca detrás de la
oreja ante la incertidumbre de lo que nos íbamos a encontrar.
Sin
un objetivo exigente, con la única idea de acabar la prueba, estas
circunstancias solo nos hicieron replantearnos un poco el ritmo de carrera para
contrarrestar la dureza de correr sobre terreno deslizante.
La
salida se dio bajo una intensa lluvia y, en pocos metros, ya estábamos metidos
en el Camino de Santiago de barro hasta los ojos y sorteando charcos. Los
primeros doce kilómetros fueron los más complicados con respecto al terreno. El
barro nos hacía patinar, las caídas eran constantes, las zapatillas hacían “efecto
chupón”. En este terreno intentamos mantener el grupo pero era casi imposible. Una
vez pasamos el peor tramo llegaba el momento de hacer grupo y esperar a los
rezagados. En pocos minutos estábamos juntos siete de los diez compañeros que
habíamos tomado la salida (Mauri, Jose, Delicado, Candi, Juanlu, Gabi y yo).
Melo había tirado para adelante como estaba previsto y Camino y Gámez se
quedaron bastante retrasados, lo que nos llevó a tomar la decisión de seguir
hacia adelante.
Ahora
llegaban las trialeras, sortear los surcos del terreno, correr sobre auténticos
ríos de agua y sortear la vegetación existente hasta llegar al km 12 donde
estaba el primer avituallamiento. Tomamos un poco de agua y seguimos pegados a
la carretera hasta llegar a Castilblanco sobre un piso en mejores condiciones,
aunque a la dificultad del terreno había
que añadir que el primer tercio del trail se hacía en ascenso.
En
el km 19 llegamos al segundo avituallamiento, aquí pudimos comer algo y
recargar las mochilas. Tras unos minutos de descanso, proseguimos en busca de
un terreno más favorable. A partir de aquí empezábamos a correr por pistas de tierra
compacta con bajadas y subidas muy pronunciadas y la lluvia también nos
empezaba a dar algunos minutos de tregua de manera intermitente que
aprovechábamos para abrir el chubasquero y sentir el aire fresco de la sierra.
Antes
de bajar la cuesta de los toros teníamos en tercer avituallamiento, km 30, donde
repostamos agua y bebimos isotónico. Habíamos pasado el ecuador de la prueba y el
grupo se encontraba fuerte. Nos aproximábamos a un punto que habíamos tomado
como estratégico, La Cantina. Allí nos encontramos el cuarto avituallamiento,
el segundo sólido, donde comimos y nos encontramos con Candi que algunos
kilómetros antes había decidido tirar hacia adelante y nos había cogido unos
minutos de ventaja.
También
aquí nos encontramos con el primer cambio de recorrido que nos hizo pensar que
la carrera podría alargarse algunos kilómetros. El grupo continuaba unido pero
todos teníamos presente que se podía romper en cualquier momento si alguno
sufría alguna pájara. De hecho, hubo algún momento de bajón en el que se hizo
el silencio en el grupo, cosa que no había pasado desde que tomamos la salida.
A partir del km 45 empezaron a hacerse más notables la dificultades por las que algunos compañeros del grupo estaban pasando pero, lejos de dejarlos solos, el grupo se hizo una piña y fue arropando a los que peor lo estaban pasando. Incluso algún corredor se unía a nuestro grupo para sobrellevar mejor los últimos kilómetros.
Llegados al km 50 teníamos el último avituallamiento, bebimos agua e isotónico y seguimos hacia Guillena con un cambio de recorrido que contrarrestaba los kilómetros de más que habíamos hecho antes. Aquí nos encontramos a Keko que había venido a animarnos y vaya si lo hizo. Nos subió la moral a todos y nos dio alas para afrontar el tramo final.
Finalmente, llegamos a meta en 6h20’, bastante mejor de lo que habíamos presagiado en la salida. Seis horas de disfrute y diversión. A mí me pareció más un entrenamiento que una carrera y, sin riesgo a equivocarme, puedo decir que es la carrera en la que mejor me lo he pasado en los 16 años que llevo corriendo.